Hoy esta entrada es muy diferente a todas las demás: hoy no va de análisis político, sino de creación literaria. Hoy escribo una pequeña historia de dos amantes condenados a no cohabitar nunca la misma cama, al menos físicamente. Va dedicada a aquella que no encuentra sus llaves ;)
- Cada noche salgo a verte, y no consigo de ti más que un
par de horas. De verdad que me gustaría estar siempre contigo.
- El día que nos conocimos te lo dije, no puedo dedicarme
únicamente a ti.
- Pero no es justo, yo te amo como nadie te amará jamás.
- Eso mismo me dicen todos los demás.
- ¿Y tú les crees?
- La verdad es que nadie me canta como tú.
- ¿Lo dices en serio?
- De verdad. Tu voz, tus melodías, la forma en la que
acaricias tu guitarra para que salga la música que lleva dentro... en eso sí
eres especial.
- Gracias. – Dijo él con un gesto ruborizado. Cogió su
guitarra, se la colocó y empezó a tocar una triste melodía.
- ¿Estás triste?
- Sí.
- ¿Por qué?
- Porque es verano.
- ¿Y? Las chicas salen con menos ropa a la calle, hace
calor, el campo está hermoso... es la época de las fiestas de los pueblos y las
vacaciones... ¿por qué estás triste?
- Porque las noches son más cortas.
- ¿Y qué?
- Que estás menos tiempo en el cielo.
- Pero también las noches son más templadas. Puedes verme
desde el campo, la playa o tu balcón.
- Pero poco tiempo. En cambio en invierno, cada vez que
atardece, subo a mi buhardilla y te observo toda la noche.
- ¿Y no te aburres?
- No. Diez horas contigo se me hacen cortas.
- ¿De verdad?
- Sí. Desde que se va el sol te observo cómo dominas el
cielo, blanca, esplendorosa, radiante. Veo cómo te vas elevando, cómo iluminas
las noches, cómo ofreces tu luz y consuelo, cómo me das amor desde lo alto.
- Pero no puedo vivir contigo.
- ¿Por qué no?
- Porque soy la Luna. Muchas cosas dependen de mí: las
mareas en los mares, las noches de hombres lobo cuando estoy llena, las épocas
de celo de muchos animales, sin mí los días durarían seis horas, sólo me verías
cuatro horas en lugar de diez... si yo fuese contigo se acabaría el mundo tal y
como lo conoces.
- Entonces quiero ir a vivir contigo.
- Ya te lo he dicho un millar de veces: aquí morirías.
Se produjo un largo silencio. El seguía tocando la guitarra,
cada vez más triste, cada vez más lastimero. Ella avanzaba inexorablemente por
su camino trazado cuando volvió a hablarle antes de tener que despedirse hasta
la noche siguiente.
- ¿Por qué cantas cada noche?
- Ya sabes, dicen que quien canta las penas espanta, y yo no
soy capaz de vivir sin ti. Incluso en las noches nubladas sé que ahí sigues,
recorriendo el universo. Hasta te sigo cuando eres luna nueva y apenas eres un
surco en el cielo, cuando tu época de oscuridad llega a su fin y vuelves a
creces para iluminarme.
- Eres maravilloso.
- Eso se lo dirás a todos.
- Si pudiera, serías mi elegido.
- Pues escógeme, llévame contigo.
- No. Morirías. Recuerda que aquí no hay oxígeno.
- Me da igual. Una vida sin ti no merece la pena.
- Pero siempre me tendrás.
- Pero lejos.
- Pero incansable. Te juro que nunca faltaré a mi cita.
- No me sirve.
- Lo que tienes que hacer es enamorarte de una chica de
verdad. No de una ilusión. No soy más que el resultado de la unión de un montón
de piedras que chocaron contra la tierra hace demasiado tiempo y que la
gravedad unió.
Por la tarde se levantó de mal humor. Seguía enfadado con la
Luna, así que salió al parque a correr. Cuando paró, fue a la fuente para beber
y se encontró con una chica deportista. Era alta, rubia, de unos ojos color
marrón intenso. Ella sonrió y él le devolvió la sonrisa. Le preguntó su nombre.
Se llamaba Selene.